viernes, 27 de septiembre de 2013

Negrura en el cielo y en el ruedo de Sevilla

Deslucido mano a mano en la apertura de la Feria de San Miguel


Comienza la Feria de San Miguel con un mano a mano bien recibido en Sevilla. Desgraciadamente, los buenos pronósticos no se cumplen. El cielo se cubre de nubarrones y acaba descargando con fuerza. Su negrura contagia a lo que sucede en el ruedo: ni un solo saludo, en los seis toros, aunque los toreros acuden a portagayola, entran en quites, buscan el triunfo. ¿Es culpa de los toros, entonces? No del todo. Los de Pereda flojean, son manejables pero se apagan muy pronto. A pesar de su innegable voluntad, los dos diestros no aciertan con las teclas justas para conectar con el público, transmitir emoción y belleza.

Negrura en el cielo y en el ruedo de Sevilla
j. galiana
Antonio Nazaré
Devuelto por flojo el primero, el sobrero se mueve, se muestra incierto, con genio. Acude al caballo tres veces, con arreones; vuelve al revés. Antonio Nazaré, que ha acudido ya dos veces a portagayola, se muestra firme, expone. El tono sube cuando lo engancha y no le deja irse: no siempre. Lo ha intentado pero no ha logrado dominarlo. El tercero es muy manejable. Cita de lejos Nazaré, logra buenos muletazos por los dos lados. Al toro le falta chispa, se apaga. Antonio muestra sus buenas maneras pero no termina de cuajarlo. Recuerdo la sabia máxima del maestro Antoñete: «Pronto y en la mano». La sensación general es que el toro tenía posibilidades...
A la altura del quinto, la tarde ya está metida en lluvia. El toro se queda corto, se defiende al final. Nazaré se muestra voluntarioso, aguanta, intenta prolongar las cortas embestidas, se justifica. Pero no se confía con la espada.

Reposada solemnidad

Le preguntaron a Orson Welles por los tres mejores directores de cine y contestó: «John Ford, John Ford y John Ford». Si le hubieran preguntado por las cualidades de Jiménez Fortes, no hubiera dudado: «Valor, valor y valor». Es algo necesario pero no suficiente. Debe perfeccionar su técnica, su oficio. En su primer capotazo, una chicuelina al primer toro, ya bordea la cogida. Se va a portagayola en los tres toros, entra en quites (abusa de las chicuelinas y de los circulares invertidos). El segundo es suave pero queda corto. El diestro, muy quieto, conduce con reposada solemnidad las embestidas. Cuando la res se para, se pega un arrimón que, en esta Plaza, no a todos agrada.
Hace el poste en el cuarto, igual de flojo y corto que los otros; liga muletazos con empaque, sufre una voltereta. Vuelve al encimismo. Todo queda a medias. En el último, bajo el diluvio, se repite la historia: un trasteo aceptable, aguantando parones, y poco acierto con la espada. Como su compañero, no ha estado mal pero no han aprovechado su oportunidad.

 

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