sábado, 24 de mayo de 2014

El rotundo valor de Perera conquista Las Ventas


Segunda tarde de figuras, lleno total, expectación por la vuelta del Juli pero se lleva el gato al agua Miguel Ángel Perera: tres orejas y salida en hombros, después de una tarde de gran rotundidad y valor impávido. Con toros flojos, protestados, El Juli y Manzanares suscitan la división de opiniones habitual en estos casos y se van en blanco.

No puede comenzar peor la tarde: el primero de Victoriano del Río flaquea demasiado y es devuelto (¿la maldición de haber recibido por la mañana el premio de triunfador del pasado año?). El sobrero de Zalduendo también flaquea pero se mueve. El Juli, enseguida, se lo lleva al centro y comienza con derechazos. Muy pronto, sorprendentemente, el toro se raja por completo, huye a tablas, esquivando al diestro. La estocada trasera, con el habitual salto, provoca fuerte división. El cuarto se mueve, claudicante; llega a la muleta rebrincado, cabecea. El Juli lo dobla con buen oficio, aguanta, se justifica. No cabe más. Su vuelta a Las Ventas, después de dos años de ausencia, no ha sido feliz. Para que lo acepte el sector exigente, hará falta que sus toros muestren la necesaria casta. Esta tarde, no ha sucedido así. Con su amor propio, no puede salir contento

Algo semejante le ha sucedido a Manzanares. Nadie ignora su facilidad ni su estética pero, para triunfar en Madrid, necesita algo más: en los toros y en su actitud. Su primer toro, «Jocundo» (como si lo hubiera bautizado Rubén Darío) es justo de presencia, se tapa con la cara, es flojo pero manejable. Lo recibe con verónicas, meciendo el capote desde el comienzo, como ahora suele hacer, y el toro protesta. En medio de una fuerte división, muletea sin estrecharse; logra tres naturales largos. Todo resulta bonito pero algo despegado: la estética prevalece sobre el mando y hay poca emoción. El quinto tardea, es pegajoso, espera en banderillas, se duele; llega a la muleta corto y reservón (quizá no ve bien) pero el diestro tampoco se acopla ni hace el esfuerzo: un silencio que pesa. Con lo buen torero que es, debe apretar más; por lo menos, en esta Plaza.

Miguel Ángel Perera, integrado en el grupo de los magníficos, lleva pocas corridas toreadas en España, este año. Dentro de su concepto, esta tarde se muestra en plenitud. El tercero es manso, huido. No es lo indicado quitar por chicuelinas porque el toro se va pero la quietud del diestro impresiona al público. (Quita El Juli por verónicas agachándose demasiado: debería corregir esa tendencia actual de su toreo). Saluda Juan Sierra con los palos. Con la muleta, Perera hace el poste; enseguida, traza derechazos largos, con mando, aguantando mucho y ligando. Un impávido cambio de mano levanta entusiasmo. Mata volcándose: el clamor popular exige las dos orejas. Ya con la Puerta Grande ganada, no levanta el pie del acelerador en el último, regularcito de todo. Se luce en banderillas Joselito Gutiérrez. Recurre Miguel Ángel a su habitual pase cambiado, se mete en el sitio, aguanta y liga sin pestañear, concluye con el arrimón. Y vuelve a matar como un cañón (ha mejorado también con la espada): una oreja más.

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