viernes, 27 de mayo de 2016

Una pregunta para la ciencia: ¿con tal volumen y alzada un toro permite la lidia moderna?

La inmensa --por tamaño, no por calidad-- corrida de Parladé, nos lleva a preguntarnos si no nos estamos pasando al confundir trapío con volumen y báscula, que en el fondo son elementos secundarios respecto a la bravura y la casta. Como otras veces, en la práctica lo que se ha comprobado es que con esa construcción anatómica los toros difícilmente embisten como exige la lidia moderna. Desde luego, la emoción y el riesgo, consustanciales a la Fiesta, no se mide al peso, sino por otros parámetros muchos más complejos para el propio torero; se pide por su capacidad para desarrollar con las características de la casta brava y por la sostenibilidad de sus propias facultades físicas. De nada de eso hubo es tarde, en la que los toreros se justificaron dignamente.
 
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MADRID.

Vigésima del abono de San Isidro. Tres cuartos de entrada: el 87,7% de las localidades de pago. Toros de Parladé, con alzada, caja y bien comidos: 609 kilos de promedio, cuatro --3º, 4º, 5º y 6º-- generosamente cinqueños; de mal juego, con clase el 5º  hasta que se paró. Juan José Padilla (de grana y  oro con cabos negros), ovación tras un aviso y gran ovación. Iván Fandiño (de verde esmeralda y oro), silencio tras un aviso y ovación. José Garrido (de teja y oro), silencio tras un aviso y silencio tras un aviso.

Pues sí, éstos también forman parte del traído y llevado monoencaste domecq, pero alguno se apresurará a matizar: “pero estos forman parte de la minoría rebelde”. Ya se sabe que Juan Pedro Domecq lleva la vacada de este hierro con otros criterios diferentes que la que lidia nombre propio. Y tan diferentes, que no se parecen en nada.
Pero a partir de ahí se abrirá el debate de si con toros de semejante alzada, ese volumen y, sobre todo, esos kilos, puede hacerse el toreo moderno y, en particular, cabe atender a los deseos de los espectadores, que apuestan por faenas de metraje, exigen que a todos los toros se les pueda bajar la mano y que lleguen hechos un pimpollo cuando el torero se perfile con la espada de matar. Sabios tiene la ciencia veterinaria --que para lo taurino en España cuenta con un magnifico nivel-- para ilustrarnos al respecto. Pero con la simple lógica del profano y partiendo de las reglas vulgares de la física, resulta difícil compaginar todos esos elementos. 

De hecho, la experiencia de tantas tardes de toros  dice que estos que son no ya grandullones, sino grandísimos, luego no soportan en su esqueleto los kilos que admite su caja, les cuesta un sufrimiento sostener las embestidas humilladas --si es que tienen alguna--  y con antelación dimiten de su oficio en una plaza: van y se paran. A mayor abundamiento,  en el caso que nos ocupa más de la mitad del lote de Parladé estaba a punto de que definitivamente se le pasara el arroz, camino como iban de superar en un suspiro los seis años. Y antes y después del Guerra ya se decía que la edad era un factor condicionante en relación la lidia. Vamos, que no es una ocurrencia de cuatro heterodoxos de hoy en día.

Pero tampoco era lo que se dice una corrida a la antigua usanza. Los de hoy tenían, claro está, su punto de fiereza, aunque luego tuvieran mayores o menores capacidades para manifestarla. Pero contaban, a diferencia de épocas pasadas, con ese fondo común de la bravura, aunque fuera poco pulida. De lo que carecían, a vista de tendido, era de las condiciones físicas necesarias para poder desarrollar, en bueno o en malo, todo ese fondo; su estado más natural era pararse y defenderse. Como una corrida de toros nunca ha sido concurso de belleza para toros guapos --que los de hoy estaban bien hechos-- prudente sería que criadores, lidiadores y  publico en general, con y sin graduación, volvieran a pensar si lo que manda son los toros al por mayor o el toro íntegro capaz de sacar a pasear cuanto de bueno y de malo tenga en su casta brava.

La cogida de Padilla
Aunque parezca casi políticamente incorrecto elogiar a Padilla, hoy debe reconocerse que ha estado hecho un tío de los pies a la cabeza. Se la ha jugado sin trampa ni cartón, sin ningún género de ventajismo. Su primero le cogió de una forma brutal por mantener el tipo en un comprometido par de banderillas, del que a Dios gracias salió sólo con magulladuras y el enorme topetazo. Y tuvo bemoles de volver a coger otro par y clavarlo arriba. Su faena no podía ser lucida, con el mastodonte de Parladé con la cara por la nubes y media arrancadas; pero tuvo hombría y hasta lo mató por arriba, antes de pasar a que lo recompusieran en la Enfermería.

Salió para  dar lidia al 4º y se mostró mucho más que entonado, porque hubo momentos de calidad. Hasta que al concluir la tercera serie el animal echó el freno total y ya no hubo modo.

Una vez que se deshizo del 2º, que tenía malas ideas, a Iván Fandiño le quedaba su último cartucho en esta feria. Un pavo que, sin embargo, fue el único que regaló algo de calidad en sus embestidas, en especial por el pitón izquierdo. El de Orduña se puso firma a aprovecharlas, pero al de Parladé le dio saltar en sus adentros el relés que avisaba de que había llegado la hora de la suspensión de actividad. La cumplió al pie de la letra. Y todos nos quedamos sin ver si este “Jarrito” --que era como una cristalería entera-- podría haberle dado opción a Fandiño para volver a centrarse con los toros. Seamos sincero: en esta ocasión el torero llegó hasta donde materialmente pudo llegar, e incluso un paso más; hoy no toca la copla del bache.

Torero lance de José Garrido
Los cinqueños que le correspondieron a José Garrido tenían más alzada que él: andaban más o menos a la altura de las tablas. Pero el extremeño no se amilanó ante aquellos “pivot”. Puso, sobre todo, cabeza, pero puso además mucha decisión, aun a sabiendas que el camino emprendido no conducía a nada. En el lenguaje de los taurinos modernos se diría que “se ha justificado”. En realidad, lo que hizo fue comportarse como un torero que es muy hombre.

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