lunes, 25 de julio de 2016

El nombre de Ginés Marín vuelve a sonar



Ginés Marín, que cortó tres orejas, salió a hombros por la puerta grande en Santander. DAVID S. BUSTAMANTE

ZABALA DE LA SERNA Santander



Hay una brisa perenne en Cuatro Caminos que envidia España entera sumergida en ola de calor y odian los toreros por Santiago. Como empujado por el vientecillo del mar, el cuvillo se dejaba llevar hacia la querencia. La media verónica del saludo ya fue con el colorado, redondo y amable toro soltándose del manojo de lances compuestos y aflamencados. Del pecho de Morante de la Puebla brotaron los esbozos cuando lo fijó genuflexo. Y casi todo consistió en eso. Se escupió del caballo como rebotado el tal Ganador y cuando se quedó le agarraron un puyazo que le quitó las pocas ganas de embestir. Morante no se dio coba con aquel desentendimiento de la bravura.

Afortunadamente se descoordinó el siguiente torete en un temprano volatín: su paupérrima carilla dañaba el sentido común. Todo lo que de pitón faltaba lo traía fino el sobrero desde la cepa. Eso le daba argumentos. Talavante arregló con la izquierda lo que un embarullado quite con el capote a la espalda y un principio por alto de faena desarreglaron: el cuvillo no quería nada por arriba ni por el derecho, el cabroncete. Y el airecillo tampoco lo indicaba conveniente. Pero la zurda del Tala corrigió derivas. Por abajo y expresiva. Y generosa con el sitio requerido. Recuerdos de guasa en los de pecho y en la intentona diestra. Volvió a pies juntos a la zurda para apurar aún con sabor, pero había poco que rebañar en tan escaso fondo. Ejecutó la suerte del volapié con rectitud. Y los pocos pañuelos se quedaron aislados.

Ginés Marín volvió a sonar en Santander. Desde su alternativa en Nimes su nombre se había quedado sin eco. Un jabonero como un zapato para reverdecer laureles novilleriles. Ginés de rodillas a la verónica y Ginés de hinojos en el prólogo de faena. Una arrucina así sorprendió con tanta admiración como la saltillera cambiada del quite. Un ¡ooooh! de triple salto mortal pareció escucharse. Al noblote jabonero se le desdobló el pitón izquierdo contra un burladero para desarreglar su imagen de arreglada pelota. Pero lo peor es que se movió poco tirando a menos después de voltearse en banderillas. Marín intercaló manos con la asentada naturalidad de siempre. Para hacer muchas cosas. Incluso cuando el cuvillo se le frenó debajo y le rompió la taleguilla de un pitonazo ni se alteró. Las manoletinas de despedida todavía tuvieron impulso para pasar un pinchazo hasta la oreja.

En apariencia el cuarto era más; por dentro sólo era más de lo mismo. Morante lo envolvió en barrocas chicuelinas. Las chicuelinas de Morante traen otra forja, la de la fragua. Un quite de vieja escuela. Para refrescar la memoria. Apenas había vida en el toro para cuando José Antonio le dibujó un pase de la firma en el inicio. Un pase de la firma zurdo. Como una rúbrica más allá del desprecio. Y se salió de la cara con una torería de otro tiempo, con un molinete invertido. Luego solo quedó lumbre para acompañar la embestida. Para hacerlo como Morante sabe. En redondos que no lo son, en derechazos que tampoco llegan. En paz y armonía. Un breve recreo para nostálgicos.

Un cambio de mano de Alejandro Talavante adquirió tintes de monumentalidad. Un prodigio como aquél que deslumbró Sevilla entera en 2007, así de largo y despacioso. Como entonces, a Alejandro se le iluminó una sonrisa. El quinto cuvillo amelocotonado posiblemente se vaciase ahí por completo.
Su bondad había permitido al torero de Extremadura derechazos muy apretados y espléndidos después del loco comienzo de cambiados. La zurda voló volandera; las distancias manejadas con mentalidad de acordeón. Como el baile aquel de un pasito p'alante, un pasito p'atrás. Talavante fue más p'alante que p'atrás en la administración del espacio y acabó montándose encima. De tan cerca. A cuerpo limpio el desplante final y con más fe la estocada que la colocación. Como la oreja.

El sexto cuvillo era el primo de Zumosol. El pariente grandote de toda la muy desigual y desfondada corrida. Se movió entre su intención de colocar bien la cara y sus irrefrenable deseos de irse. Pero se movió... Ginés se atrevió con todo en su debut cántabro. Frescura y desparpajo para buscar al toro por todos lados y finalmente encontrar toro por todas partes. En la persecución por los medios y en el acorralamiento (y aprovechamiento) de querencias. Un lío a últimas en tablas, rendida la parroquia, con el toro de la Montaña. Y con la estocada las dos orejas. También un tanto de la Montaña.


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