lunes, 25 de julio de 2016

La ambición de Ginés pide sitio


Corta tres orejas y sale a hombros, pero lo más grande lo hizo Talavante

 

Talavante el lunes en Santander - EFE
 
ROSARIO PÉREZ - ABC_CulturaSantander

Abran paso a Ginés Marín, mucho más que una esperanza. A golpe de una ambición napoleónica, de esa que no se detiene hasta llegar a la cima, el joven extremeño se alzó triunfador de la tarde en Santander. En su cuarta corrida como matador tras su alternativa francesa en mayo, conquistó el coso de Cuatro Caminos con su toreo fresco pero con cierto poso a la antigua, con cabeza de privilegiado pese a su corto bagaje. Apunten un nombre -cosecha del 97- que quiere volar alto como lo hizo de novillero.

Fantástica fue su tarjeta de presentación, que no de visita, porque este torero -nacido en tierras gaditanas pero criado en terrenos pacenses- viene para ocupar un sitio en las ferias. Marín echó las dos rodillas por tierra en verónicas acompasadas y siguió con el mismo compás ya erguido frente al tercero. El quite fue de alto voltaje, con el capote a la espalda, pero con los vuelos por delante y cambiándole el viaje. Tremendo.

A por todas el novel matador, que otra vez se postró de hinojos en el prólogo de faena y, bajo los ojos de Talavante, se marcó una arrucina de rodillas. La lentitud presidió la obra. Lástima que el depósito del toro se quedará sin carbón enseguida. Tan corto se quedó que le abrió la taleguilla en un derrote. El que no se vació fue el del espada, pleno de disposición y entrega, con un don natural para el toreo y detalles de buen gusto. Manoletinas de postre antes de la hora final. Ni el pinchazo le privó de la oreja, pedida con fuerza.

Premio excesivo

Las dos se embolsó del grandón sexto, que se movió más que sus hermanos, aunque salía siempre distraído. Toda la plaza se recorrió Ginés, que dejó muletazos sueltos toreros, pero sin unidad, con un «Aguaclaro» loco por pirarse. Y en su querencia formó un lío por manoletinas. El espadazo precipitó la locura, la pañolada y el doble trofeo.

Más rácanos estuvieron con Alejandro Talavante, que se la jugó con un sobrero de Cuvillo candidato a «mister feo». Qué cosita más desagradable. Y con tela de peligro, visible e invisible. Ya se le metió por dentro en el recibo capotero, pero al de Badajoz no pareció importarle en absoluto y se marcó un quite por gaoneras de escalofrío por la mala condición del remiendo, que no parecía toro para ese palo. Como no parecía serlo para ese inicio por alto, pero igual le dio al artista, en un alarde de valor que asustó. Indomable el espíritu talavantino: impasible, arriesgó todo y más. Alejandro sacó naturales de máxima verdad y alta nota. El estoconazo se enterró a cámara lenta, pero no cuajó la pañolada. El balance quedó en saludos, como los que se había marcado antes el mayoral de la plaza cuando se devolvió al titular...

En el melocotón quinto, noblote y desfondado, Talavante dibujó muletazos sobresalientes, pisando un sitio de máxima figura con absoluta naturalidad. Pases por delante y por detrás, con un cambio de mano de aquí a la eternidad. Otra película, para saborearlo y recordarlo. Pura maravilla y un deleite para los sentidos. Con el toro más aplomado, acortó distancias, pero no con un vulgar arrimón, sino con el pecho y los muslos ofrecidos, en otro "aquí estoy yo". Acabó sin la ayuda entre el entusiasmo del público y esta vez sí paseó un trofeo.

Morante solo pudo dejar retazos de su singular personalidad. Tres verónicas y media al colorado primero tuvieron su sello. Zurraron en varas al torete para aplacar su cabeceo, pero sangró una barbaridad y se acabó antes que pronto, como pronto lo mató el de La Puebla del Río. Monumentales fueron las chicuelinas de otro tiempo al cuarto, que se dejaba pero le costaba un mundo embestir. Empujaba la gente desde el tendido y se deleitaba con las gotas de torería del sevillano. Tan escasas que quedó casi en nada. No acompañó la corrida de Cuvillo, demasiado desfondada. O vaga, como vagos había dicho el ganadero que eran en general los toros en titulares de la prensa local.

Con la anochecida encima, los santanderinos aupaban en hombros a Ginés Marín. Ahí quedaba la foto de la puerta grande, como queda el recuerdo del gran momento de Talavante. Qué torería, qué naturalidad... Inalcanzable el sitio de Alejandro delante del toro, como el que pide en los carteles Ginés.

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