lunes, 19 de junio de 2017

Iván Fandiño o el mar de los hombres libres


A la misma hora de la tragedia, un niño nacía en el hospital de Mont de Marsan

Los miembros de la cuadrilla de Iván Fandiño 
Los miembros de la cuadrilla de Iván Fandiño - Efe
 
Rosario Pérez - CharoABCToros Orduña

«Ha muerto uno de los nuestros». Ha muerto un torero, el hombre que vivió como murió: libre. La frase entrecomillada se repetía entre la legión de matadores que han acudido a Amurrio para dar su último adiós a Iván Fandiño, el último héroe caído en las astas de un toro.

La tristeza asomaba en el rostro de los ganaderos Álvaro Polo, Antonio Muñoz y José Luis Pereda -refugios del guerrero-, los toreros Enrique Ponce, Pepín Liria, Curro Díaz, Aníbal Ruiz, Javier Conde, Luis Miguel Encabo, Pérez Mota, Alberto Revesado, David Luguillano, José Ignacio Ramos, Mariano Jiménez, El Fandi... En David Fandila se agudizaba ese profundo pesar y apenas había espacio para la palabra en la despedida a mucho más que un compañero, un amigo con el que compartió sueños, confidencias y miedos. «Parece increíble, pero es real. Qué duro...» La dureza de un arte que arrebató a la cuadrilla, quebrada por dentro y por fuera a su maestro: picadores, banderilleros, el mozo de espadas, el chófer...

Conmovía el rostro doliente de Néstor García, el apoderado, el hermano, la otra mitad del «León de Orduña». «Una parte de mí se ha muerto», sollozaba el hombre con el que forjó su historia, una trayectoria de independencia y lealtad, de batallas de pureza y sangre de verdad, de umbraliano mortal y rosa, pero también inmortal y canela, como el último vestido, a imagen y semejanza de aquel con el que conquistó la Puerta Grande de Las Ventas y la Puerta Grande de ese Más Allá que siempre cruzan a destiempo, antes de que por chiqueros salga el último toro, los valientes.

No había consuelo posible para su viuda, Cayetana. Un «dejadme, dejadme sola...» retumbaba como un eco desgarrador por el marido perdido pero no del amor que vive en los ojos de su hija Mara, «con el mismo carácter y genio de Iván», decía Paco, el padre del torero, a la vera de su mujer, Charo y su hija Itziar, rota de dolor. Con una procesión de estaciones por dentro, sorprendía la admirable entereza de los padres, su cero rencor al toro, alejados de las cámaras y reconfortando a los que hoy volverán a plantarse en la arena frente a su destino. ¡Qué ejemplo!

Fandiño, que sabía lo que el destino podía depararle, bromeaba a veces con su entierro, como si en la leyenda de un grande estuviese escrito ese título de filme, «nacido para morir». Una historia de digna de película, de un libro por escribir. Con lluvia cristalina mojando las mejillas, alguien dijo en el tanatorio que la historia de Iván y Néstor no se repetirá en el toreo. «... Ni corazón tan de veras./
Como un río de leones,/ su maravillosa fuerza». Los lorquianos versos que retumban hoy en la Fiesta, «No quiero irme nunca. Me quedaré en el recuerdo, en la mente, en el alma... Donde nunca muero», escribió el propio torero.

Iván Fandiño no murió un 17 de junio de 2017. El 17J nació lo que siempre persiguió: la gloria. Y no hay gloria mayor que el mar -«nuestras vidas son los ríos...»- de los hombres libres.

Posdata: la noche que Fandiño se fundía con la libertad eterna, en el hospital de Mont de Marsan, a la misma hora y al otro lado de la habitación, nacía un niño.

No hay comentarios: