jueves, 13 de julio de 2017

San Fermín: una gran faena, injustamente no premiada, de Antonio Ferrera

Talavante corta la única oreja en una corrida de Cuvillo de juego desigual 


Antonio Ferrera, en un torero trincherazo 
Antonio Ferrera, en un torero trincherazo - Efe
 
ANDRÉS AMORÓS Madrid

Tremendo ha sido el encierro, con dos cornadas, muchos momentos de peligro y gran velocidad: los Cuvillos han llegado a la Plaza en poco más de dos minutos. Por la tarde, los toros, bajos (salvo el primero), astifinos, muy armados, se mueven pero dan un juego desigual.

Antonio Ferrera está siendo una de las más gratas novedades de esta temporada, por su gran evolución hacia un clasicismo de añejo sabor. Hace nueve años, herido, con pantalón vaquero, cortó aquí un rabo (el último) a un toro de Victorino. El primero, muy alto, humilla poco y flaquea. Sin redondear faena brillante, Ferrera se muestra firme y seguro. Subrayo cómo saca al toro del caballo toreando: el auténtico quite, como vemos en las películas de Gallito, el genio máximo. También valoro cómo le anda al toro, en el comienzo de faena: algo insólito, en una época en la que predomina el estatismo. Con naturalidad, le saca naturales de sabor torero. ¿Se ha enterado la gente de estas virtudes? Me temo que no: la música ha comenzado cuando la faena ya concluía. Los mozos quieren otras cosas… Recibe con un quiebro y lidia con maestría al cuarto, que no llega a los 500 kilos (algo, aquí, sorprendente). Vuelve a sacarlo del caballo toreando con temple, por delantales. (En el último, lo hará por chicuelinas). Banderillea con lucimiento; sobre todo, al quiebro. Comienza en los medios, con un cite original, y liga naturales mandones, largos, clásicos. Como el toro se mueve, encastado, la faena tiene emoción y mérito. Con el estoque de madera clavado en la arena, logra pases naturales por los dos lados. Cita a recibir y deja media estocada. Ha sido la faena de un diestro maduro, que domina los recursos de la lidia completa. Al descabellar, es volteado, cae sobre el lomo del toro y a la arena, en un fuerte porrazo. Como era «el toro de la merienda», el sol no pide suficientemente la oreja y el presidente no la concede: un nuevo disparate.

En el segundo, noble, de fuerzas justas, Talavante dibuja verónicas y naturales suaves; por la derecha, el toro puntea más la muleta. Una faena fácil, estética, pero sin culminar. La estocada, de rápido efecto, provoca el corte de oreja. Ha estado bien Alejandro pero él puede –y suele– estar mejor. El quinto embiste desigual pero el diestro se mete en su terreno y liga, por los dos lados, muletazos de mano baja. Se le ha visto muy seguro, con la muleta, pero pierde el trofeo por la espada, mal manejada: dos avisos.
Talavante, en un largo natural
Talavante, en un largo natural- Efe
Muy justo ha sido que Ginés Marín sustituyera a Roca Rey; se convierte, así, en el único matador que actúa dos tardes: un nuevo éxito, después del de San Isidro. Recibe con lances vistosos, a pies juntos, al tercero, que se mueve pero protesta, rebrincado. ¿No le ha faltado un buen puyazo? ¿Por qué empieza por estatuarios, que no ahorman al toro? Con un toro con genio, complicado, ha mostrado una soltura infrecuente a su edad pero sin lograr lucimiento. Mata pronto. En el último, muy suelto, sin preparativos, liga muletazos de buena clase pero escasa emoción. Mata muy bien.

 Deja buen sabor pero no logra otro triunfo. Tiene veinte años, ha de madurar, pero sus cualidades son evidentes: facilidad, cabeza clara y torería. Con esas armas, debe llegar lejos.

Nunca he dado demasiada importancia a los trofeos pero lo de estas dos últimas corridas no tiene pase. Conceder la oreja a trasteos sin relieve, sólo porque el toro cae pronto, con una estocada baja, y no valorar una faena plena de torería demuestra una falta de criterio lamentable.

Posdata. Todas las noches, desde la del pasado día 6 hasta ésta, a las 23 horas, se trasladan a pie los toros que al día siguiente se lidiarán desde los corrales del Gas, en las afueras de la ciudad, junto al río, hasta los de Santo Domingo (desde donde saldrán, por la mañana, para el encierro). Es una ceremonia que se repite desde 1899. No hay corredores: acompañan a los toros solamente los pastores, con sus varas, y los cabestros. El recorrido dura 440 metros y se realiza en absoluto silencio, para evitar que se distraigan los toros y puedan dañar a alguien o dañarse ellos. Se inicia cuando suena un toque de cuerno: en la semioscuridad, se escucha el ruido que hacen las pezuñas de los toros, subiendo la cuesta: salvo por algunas farolas, podríamos perfectamente estar en la Edad Media.
Aunque muchos no lo conozcan, es una reliquia histórica única: una de las joyas que enriquecen esta fiesta.

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