lunes, 18 de septiembre de 2017

Feria de Albacete: el genio y la corrida minoritaria

El Juli descifra las claves del mejor toro de Daniel Ruiz, al que corta dos orejas y sale a hombros 


El Juli, en un derechazo de mano baja
El Juli, en un derechazo de mano baja - Efe
 
ROSARIO PÉREZ Albacete

Ambientazo en la Feria de Albacete en tiempos de crisis taquillera en otros escenarios. Apenas doscientas entradas faltaron para colgar el cartel de «No hay billetes», un lujo en esta época. Lástima que la corrida no respondiera a la expectación. ¡Cómo fue el ganadito de Daniez Ruiz! Lucían divisa negra en memoria del gran Dámaso, pero luego no estuvieron a la altura de la inolvidable figura. Desiguales, iban desfilando ayunos de casta, sin gotas de clase ni bravura. Vacíos los tres primeros de un conjunto «minoritario», ese que según la propia definición del criador, refiriéndose a determinados encastes, «es minoritario porque no embiste». Pues ninguno de ese trío inicial lo hizo, ni prácticamente los siguientes...

Hasta que salió el más aparente cuarto, un buen toro a secas, que pareció mejor en las manos del infalible Juli, una garantía de éxito. Y, una vez más, no falló. El toro iba y venía con nobleza y cierto son, pero tan carente de fuerzas que cada dos por tres perdía las manos. Sin embargo, Julián López sabía que en «Barbero» anidaba un fondo de calidad y, paciente y científico, descifró las claves y descubrió el secreto técnico para mantenerlo, los tiempos y las distancias. ¡Un genio! Primero lo cuidó, hasta terminar con la tela a rastras en series con hondura, especialmente una fabulosa a izquierdas, modulando la embestida, y otra mandona a derechas. Látigo y seda a la par, se adornó con molinetes y lo cazó de un estoconazo que desembocó en las dos orejas. Antes, intentó corregir el feo estilo del estrecho «Nigeriano» con unas poderosas dobladas, aunque después no se sintió del todo a gusto ante tan incómodo material.

El segundo fue tan simple por fuera como por dentro, sin entregarse nunca. Aun así, en los tendidos reinaba un silencio de expectación por ver a Talavante, que tras probarlo a babor y estribor no se dio mucha coba y se fue a por la espada. La plaza saboreó el pasaje más original en el quinto, andándole al toro genuflexo y montera en mano hasta que brindó al público. Una improvisación de perlas preciosas dentro de una variada faena a un animal que se limitaba a obedecer y pasar. Abrochó con la verticalidad de unas personales manoletinas mirando al gentío y flamearon los pañuelos, pero el presidente no consideró mayoritaria la petición.

Cayetano dibujó algún lance vistoso al suelto tercero, un manso que se dolió en banderillas. En «purasangre» Rivera, echó las dos rodillas por tierra en cuatro emocionantes muletazos, cosidos a un molinete y un pectoral. El toro, encogido y muerto en vida, no paraba de cabecear. El torero dinástico lo intentó con arrojo y dejó algún muletazo logrado, como un bonito cambio de mano y un lento pase de pecho, entre algunas carencias técnicas. Tampoco había mucho que rascar... Quiso calentar con una larga cambiada de rodillas la bienvenida al sexto, un «Corregido» con menos gracia que un monologuista pelma.

Con la anochecida encima, El Juli, genio y figura, echaba el telón al centenario de La Chata por la puerta grande.

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