jueves, 19 de abril de 2018

Feria de Abril: la corrida interminable



Solo Garrido arranca una oreja en el último toro de un manejable conjunto del Pilar

José Garrido compone un muletazo de mano baja
José Garrido compone un muletazo de mano baja - Toromedia
 
La novela del alemán Michael Ende hizo famoso, en el mundo entero, el título «La historia interminable». No trataba de tema taurino. Lo adapto al festejo de hoy: una corrida realmente interminable, que ha agotado la paciencia del pacientísimo público de este coso. Hemos rozado las tres horas de espectáculo: ¡vaya récord! Un verdadero disparate, que constituye uno de los grandes vicios de la Tauromaquia actual. Todo se une para lograrlo: el retraso de los toreros; la parsimonia de los alguacilillos, mientras llegan los espectadores rezagados; las devoluciones de toros flojos; la pesadez de muchos diestros, que alargan la faena, creyendo, así, asegurar el éxito, sin darse cuenta de que eso suele ser contraproducente. Cualquiera que conozca un poco el mundo del espectáculo sabe lo esencial que es la duración, el ritmo. Hay que corregir esto si no queremos que muchos espectadores huyan de las Plazas antes de concluir la corrida. 
 

No es sorprendente que los toros de El Pilar hayan resultado flojos pero nobles, muy manejables. Se han devuelto dos, cuarto y quinto. Han despedido con aplausos al segundo y tercero, francamente buenos. Sólo José Garrido ha aprovechado su calidad y, en el último, ha arrancado una oreja.

Nadie discute que el francés Juan Bautista es un buen profesional, que ha llegado a abrir la Puerta Grande de Las Ventas y a triunfar rotundamente en Arles y Nimes pero, muchas tardes, se queda en un término medio de fría compostura que no llega a conectar con el público. El vestido, más de ópera que taurino, creo que es el que le hizo para un evento el modisto Christian Lacroix. El primer toro flojea, va al suelo en el quite, en la primera serie de muletazos, en la segunda… A la cuarta caída, surgen los pitos. El diestro se muestra pulcro, correcto, en un trasteo desigual. Mata sin apretarse. Devuelto por flojo el cuarto, el sobrero, de casi 600 kilos, es un «Guajiro» grandón que no sirve para cantar «Guantanamera» pero acude pronto y alegre a la muleta. Juan Bautista no está mal… pero tampoco bien. Mata de pinchazo y estocada. Recuerdo el magistral soneto sevillano de cervantes: «Miró al soslayo, fuese… y no hubo nada».

El madrileño López Simón se abrió paso con un valor estoico que impresionaba; inicia ahora una nueva etapa de su carrera con el maestro Curro Vázquez como apoderado. Alberto tiene valor pero ha de depurar su estética: no es fácil enderezar un árbol… En el segundo, que acude al caballo de largo, se luce el gran Tito Sandoval. El toro repite, es muy manejable. El diestro se muestra voluntarioso pero abusa de los toques bruscos, sufre enganchones. La faena no remonta. El quinto, segundo sobrero, propina una fuerte voltereta a Vicente Osuna, en banderillas; en la muleta, rompe a embestir; cae varias veces pero se levanta; repite, incansable. Lo engancha pronto López Simón pero la porfía, voluntariosa y prolongada, tiene escaso eco.

El mejor librado

El extremeño José Garrido es el mejor librado, muestra sus buenas cualidades y su entrega. Es uno de los pocos diestros actuales que intentan torear con clasicismo a la verónica. El tercero, de extraño nombre, «Sospechor», es justo de fuerzas pero embiste largo, con alegría y con clase. Se luce de verdad José Chacón, con los palos. (Otras veces, se ha aplaudido a los banderilleros sin atender a la colocación de los palos, algo impropio de esta Plaza). Garrido le da distancia, se pone enseguida a torear de verdad; aprovecha las nobles embestidas con suaves naturales; a veces, se acelera, dentro de su concepto clásico. Al final, prolonga, como todos, y se vuelca en la estocada: hay petición de oreja, no concedida, y vuelta al ruedo. Se ovaciona al gran toro, que se resiste a morir. El sexto renquea algo de atrás; por flojo, es rebrincado. Con empeño, provocando la arrancada y tragando, Garrido le va sacando muletazos lucidos. Demuestra su actitud con molinetes de rodillas. También se alarga, para no variar. Cuando mata con decisión, el público premia su actitud, toda la tarde, con un trofeo.

El cartel no era prometedor: un valle, entre las cimas anterior y posterior. En un día festivo, en la ciudad, ha bajado el público y la expectación. El resultado no ha sido sorprendente. La blandura de los nobles toros es algo muy habitual, por desgracia. Los silencios han pesado como losas. Sin sentido de la medida, el aburrimiento cunde y el espectáculo se despeña. Entre todos, están obligados a remediarlo.

Postdata. El martes por la mañana, acompaño a un visitante a ver la maravillosa «Santa Rufina», de Velázquez, en el monumental Hospital de los Venerables. No lo conseguimos: sólo se puede ver de jueves a domingo. Un cuadro como éste, tan distinto de las idealizadas santas de Murillo, bastaría para que se formaran colas en Nueva York (así sucedió con el «Juan de Pareja»). Acudo luego a una céntrica Oficina de Turismo. La han cambiado. Ahora es «Oficina de la Memoria Histórica»: sin duda, lo que más reclaman los miles de turistas. Está cerrada. Felizmente.

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